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Sabemos que la intervención del Gobierno norteamericano y la Reserva Federal irá mal. Lo
sabemos porque, de hecho, el intervencionismo es el experimento más extenso e intensamente puesto en práctica, y el más fallido.
Parte de graves errores intelectuales como la capacidad de los políticos para resolver los problemas humanos, con cargo al contribuyente, la suposición de que estos controlan el flujo de información necesario para tomar las decisiones y la suposición de que sus buenas intenciones producirán los efectos deseados.
Sabemos que esa intervención irá mal, porque nosotros somos, en España, víctimas de un intervencionismo compulsivo, cuyo ajuste ha empezado a producirse. Y lo sabemos porque el crack del 29 fue causado por el intervencionismo.
Dejo constancia de aquellos tiempos, en el siglo XIX, en los que el Estado sólo controlaba el 9% del gasto del PIB y el Imperio británico se gobernaba en un chalecito de Londres con una veintena de funcionarios o cuando se denunciaba el Estado policial británico cuyo Ministerio de Interior contaba con otra veintena de funcionarios.
La primera guerra mundial implicó un incremento exponencial del estatismo. Fue una lucha entre estados expansivos. Las gentes vivieron, trabajaron y murieron por y para el Estado. Alemania creó el “socialismo de Estado” y en Rusia se hizo con el poder la mayor secta de asesinos de la historia, el comunismo. “Hasta que apliquemos el terror –fusilamiento en el acto- de los especuladores, nada conseguirmos”, exhortó a la Cheka. Una de las cientos de citas en las que Lenin exigía fusilar y matar a grupos cada vez más genéricos y extensos de personas.
Sólo Estados Unidos procedió a reducir su Estado tras la conflagración. El presidente Harding consiguió reducciones del gasto oficial de casi el 40%. Su sucesor, Coolidge todavía exhibía la filosofía de la responsabilidad y el gobierno limitado. “Los seres normales tienen que cuidar de sí mismos. El gobierno propio significa sostenerse uno mismo. En definitiva, los derechos de propiedad y los derechos personas son la misma cosas”, pues “el gobierno y los negocios deben mantenerse independientes y separados”.
La crisis del 29 dio al traste con tales principios. Estados Unidos había superado otra, en 1920, permitiendo que el mercado se autoregulara, pero entres medias, se había creado la Reserva Federal norteamericana y ésta nació con la decisión de intervenir. “Los bancos de la Reserva Federal –decía su informe anual de 1923- son la fuente a la que acuden los bancos afiliados cuando las exigencias de la comunidad empresarial han superado sus propias reservas individuales. La Reserva Federal aporta los complementos necesarios del crédito en períodos de expansión comercial y absorbe la caída en momentos de crisis comercial”.
Cuando Hoover llegó al poder los mecanismos que llevarían a la crisis ya estaban en marcha. Hubo una gran corrupción en los préstamos internacionales a gente realmente indeseable, que empezaron a dar fallidos, y el dinero estaba con tipos de interés artificialmente bajos. Había que haber dejado que estos se elevaran a su nivel natural, pero Hoover decidió intervenir. Exigió a los empresarios que mantuvieron altos los sueldos, incrementó sustancialmente las inversiones públicas, subvencionó a los agricultores y ello disparó la deuda, incurriendo en un enorme déficit de 2.200 millones de dólares. La participación del Estado en el Producto Interior Bruto dio un salto del 16,4% en 1930 al 21,5% en 1931.
Hoover adujo para su continua huida hacia delante el hecho de encontrarse ante una situación extraordinaria. “La batalla librada con el fin de poner en movimiento nuestro mecanismo económico en esta emergencia adopta nuevas formas y, de tanto en tanto, impone nuevas tácticas. Aplicamos esas atribuciones de emergencia para ganar la guerra; podemos emplearlas para vencer la crisis”.
La persistente intromisión oficial hizo que la crisis se agravara y terminara degenerando en pánico. Señala Paul Johnson que “el derrumbe de 1929 reveló además la ignorancia y la ingenuidad de los banqueros, los hombres de negocio y los expertos de Wall Street y los economistas académicos que no comprendían el sistema al que habían manipulado tan confiadamente. Habían intentado reemplazar con sus propias medidas bienintencionadas lo que Adm Smith llamaba ‘la mano invisible del mercado y habían provocado el desastre”.
La crisis del 29 significó un retorno al proteccionismo. Por todas partes florecieron las tarifas aduaneras.
En Rusia soviética, coincidió con la colectivización del campo llevada a cabo por Stalin, que llevó a la pavorosa hambruna de 1932, en la que murieron hambreados más de tres millones de personas, después de que diez millones campesinos fueran asesinados por negarse a abandonar sus tierras para incorporarse a las granjas colectivas.
Hitler ascendió al poder en la depauperada Alemania azotada por la crisis, con una inflación galopante y un paro desbocado. En 1930, el desmpleo alcanzaba en Alemania el 20%, en 1921, el 37% y en 1932 escaló hasta el 43,7.
“La recuperación real y el retorno de la atmósfera de auge de la década de los veinte sobrevino en Estados Unidos sólo el lunes que siguió al fin de semana del Día del trabajo, en septiembre de 1939, cuando la noticia de la guerra en Europa sumió a la Bolsa de Valores de Nueva York en una gozosa confusión que terminó por anular el recuerdo de octubre de 1929”.
Las dos guerras mundiales –y aún más la segunda- fueron la confrontación de estados en crecimiento expansivo y los conflictos bélicos no hicieron otra cosa que alimentar esa voracidad.
Karl Popper en ‘La sociedad abierta y sus enemigos”: “Indudablemente, el más grave peligro del intervencionismo –especialmente cualquier intervención directa- es el de conducir al aumento del poder estatal y de la burocracia. La mayoría de los intervencionistas hacen caso omiso de ello o cierran los ojos ante la evidencia, lo cual agrava aún más ésta peligro”.
De modo que, concluye Popper, “es importante frenarlo a tiempo pues constituye una seria amenaza para la democracia”.
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