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Si alguien no representa novedad, ni cambio, ni renovación, ni regeneración en la política española es Alfredo Pérez Rubalcaba, o como quieran llamarle sus asesores de imagen. Si alguien representa la vieja política, la mala política, la política marrullera es el susodicho, un personaje mediocre que sólo encuentra sentido en un sistema degradado sin independencia judicial y con medios de comunicación controlados.
Si alguien ejemplifica todo lo malo del zapaterismo, de las políticas que han llevado a la sociedad española a una encrucijada tremenda ése es Alfredo, o P. o Rubalcaba. Él fue quien puso a la nulidad de Elena Salgado al frente de la economía, con los pavorosos resultados que padecemos; él es quien ha prostituido el llamado Tribunal Constitucional para abrir las puertas de las instituciones y el barra libre a los etarras.
Lo único interesante que ha dicho el periclitado candidato es que "aumentar el déficit no es progresista". La cuestión es que esa afirmación la hace quien lleva siete años en un Gobierno que nos ha arruinado y, cogiendo el poder con superávit, ha llevado el déficit a niveles insoportables.
El político que pertenece a un partido al que los bancos condonan sistemáticamente las deudas y a un Gobierno que ha expoliado a todos los contribuyentes para dar dinero público y avales a los bancos, ahora pretende pedir a los bancos que "den una parte de sus beneficios para la creación de empleo". Y, recuperándose como acampado, como perroflauta, como izquierdista radical, arremete contra los ricos y amenaza con retornar al impuesto sobre el Patrimonio y a impuestos especiales. Cuando aquí los ricos que sobran son los del PSOE y la UGT, viviendo del contribuyente, o José Bono, cuyo imperio inmobiliario no encuentra justificación en sus brumosas explicaciones o los directivos de Caja CastillaLa Mancha o de Caixa Catalunya.
No es que Alfredo o P. o Rubalcaba –por no aclararse, ni se aclaran en el nombre, que ya es decir- esté más visto que el tebeo y sea, por completo, increíble. Es que resulta en exceso estomagante. El último perroflauta será el enterrador del PSOE.
Si alguien no representa novedad, ni cambio, ni renovación, ni regeneración en la política española es Alfredo Pérez Rubalcaba, o como quieran llamarle sus asesores de imagen. Si alguien representa la vieja política, la mala política, la política marrullera es el susodicho, un personaje mediocre que sólo encuentra sentido en un sistema degradado sin independencia judicial y con medios de comunicación controlados.
Si alguien ejemplifica todo lo malo del zapaterismo, de las políticas que han llevado a la sociedad española a una encrucijada tremenda ése es Alfredo, o P. o Rubalcaba. Él fue quien puso a la nulidad de Elena Salgado al frente de la economía, con los pavorosos resultados que padecemos; él es quien ha prostituido el llamado Tribunal Constitucional para abrir las puertas de las instituciones y el barra libre a los etarras.
Lo único interesante que ha dicho el periclitado candidato es que "aumentar el déficit no es progresista". La cuestión es que esa afirmación la hace quien lleva siete años en un Gobierno que nos ha arruinado y, cogiendo el poder con superávit, ha llevado el déficit a niveles insoportables.
El político que pertenece a un partido al que los bancos condonan sistemáticamente las deudas y a un Gobierno que ha expoliado a todos los contribuyentes para dar dinero público y avales a los bancos, ahora pretende pedir a los bancos que "den una parte de sus beneficios para la creación de empleo". Y, recuperándose como acampado, como perroflauta, como izquierdista radical, arremete contra los ricos y amenaza con retornar al impuesto sobre el Patrimonio y a impuestos especiales. Cuando aquí los ricos que sobran son los del PSOE y la UGT, viviendo del contribuyente, o José Bono, cuyo imperio inmobiliario no encuentra justificación en sus brumosas explicaciones o los directivos de Caja CastillaLa Mancha o de Caixa Catalunya.
No es que Alfredo o P. o Rubalcaba –por no aclararse, ni se aclaran en el nombre, que ya es decir- esté más visto que el tebeo y sea, por completo, increíble. Es que resulta en exceso estomagante. El último perroflauta será el enterrador del PSOE.
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