viernes, 2 de septiembre de 2011

Por decreto Gay


  

La noticia es una de estas chorradas más que trae consigo el verano, bueno los últimos coletazos del estío. Sinceramente, que la solución a una crisis sea convertir tu pueblo en los enemigos naturales del comisario Torrente (ya saben, sin mariconadas) me resulta más un gesto de cara a la galería, un intento más desafortunado que afortunado de ganar publicidad gratis en los medios de comunicación y, al estilo de un pequeño Ibarretxe, llevar la cuestión a un referéndum, como si en esa población no tuvieran otros problemas, que imagino que coincidirán con gran parte de los que tienen muchos de los 47 millones de españoles, es decir el empleo, la sanidad o la educación.

Aparte, hay otra cuestión que resulta vital, el aspecto diferenciador, ¿por qué hay que convertir un pueblo en el punto de encuentro de los homosexuales? ¿El resto de localidades españolas son acaso homófobas? Como bien dice un amigo mío, a este paso acabaremos habilitando municipios sólo para los calvos, otros para los cojos, para los ciegos o para los friquis de Gran Hermano (aunque estos ya tienen una casa propia).

De verdad, luego se quejan los miembros de estos colectivos de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales de que la sociedad, de que parte de ella, para ser exactos, precisos y concisos, les discrimina. La realidad es bien distinta, son ellos los que siempre buscan diferenciarse del resto de los ciudadanos con locales sólo para ellos, actos festivos donde hacen gala hasta el paroxismo de su condición sexual. En definitiva, muchas de estas personas no terminan de integrarse en nuestro sistema porque en realidad se niegan a ser como el resto, es decir a no hacer una cuestión de honor el hecho de sus inclinaciones sexuales. No conozco a heterosexuales que se muestren orgullosos de serlo. Lo son y punto. Eso sí, igual la veleidad del alcalde de Moclinejo les invita a elegir cualquiera de los ocho mil y pico municipios que existen en España, con o sin decreto gay (digo ley).

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