sábado, 22 de octubre de 2011

La transición fue un desastre sin paliativos



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He cuestionado la pertinaz hagiografía cortesana sobre la transición en mi libro ‘Casta parasitaria’, que lleva el bien ilustrativo subtítulo de: ‘La transición como desastre nacional’. Y luego he historiado esa etapa como uno de los apartados claves de otro mis libros: ‘Historia clara de la España reciente’. Es una tesis que se va extendiendo, porque los males que padecemos, la crisis de sistema que amenaza con llevar a la sociedad a la catástrofe humanitaria, ha sido agravada por Zapatero, pero hunde sus raíces en los groseros errores que, en francachela de frivolidad, se cometieron desde el mismo inicio de la transición.
La peor consecuencia de ese proceso fue la generación de una extensa y abrumadora clase política que ha degenerado en casta parasitaria, dedicada a la expoliación de las clases medias, y que perpetró cuestiones tan demenciales como la España de las autonomías, que durante cuatro décadas ha habido que aguantar, encima, ponderar como todo un éxito, cuando resulta delirante haber generado diecisiete miniestados en un territorio como el de España.
Como he narrado en ‘Historia clara de la España reciente”, desde que en 1959 Alberto Ullastres –el político más exitoso y beneficioso para la sociedad española del siglo XX y lo que llevamos angustiosamente recorrido del XXI- puso en marcha el Plan de Estabilización, el franquismo no cometió errores económicos sustanciales, salvo quizás una legislación laboral excesivamente paternalista y rígida. Para ser una dictadura, el aparataje estatal era más bien pequeño y manifiestamente sostenible. Incluso las plantillas militares y policiales no eran demasiado nutridas. El régimen franquista, a pesar de su dilatada existencia, no generó una clase política. Ni alcaldes, ni presidentes de Diputación cobraban sueldo, de modo que el éxito de Franco, lo que le permitió morir en la cama, fue generar una dictadura barata. Hubiera bastado con establecer la legitimidad de origen democrática de esa estructura que permitía una España con bajos impuestos y, por ende, incentivadora de la empresa y la industrialización, pero, por el contrario, se estableció una democracia de muy baja calidad (con concentración de poderes similar a la franquista) y excesivamente cara, con un peso de políticos profesionales que representa un lastre insostenible.
La crisis que padecemos viene de aquellos errores e implica un balance muy negativo de la monarquía juancarlista, como he descrito en otro libro, ‘La monarquía inútil’, a pesar de que la propaganda cortesana –muy delirantemente mendaz en lo relacionado con el 23-F- mantenga todavía insensatos espejismos. El seguro derrumbe el 20-N del socialismo, auténtica columna vertebral del régimen del 78, legitimador buscado de la monarquía instaurada, sitúa, por fin, estas reflexiones más allá del debate en el terreno de las implicaciones prácticas inmediatas.
Enrique de Diego 

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