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" El hundimiento " de las personalidades sectarias tiende a producirse en medio de acusadas pérdidas del sentido de la realidad que las provocan delirios.
Es el caso de Federico Jiménez Losantos cuyo sectarismo es tan acusado que no es ningún secreto que ya no lo soporta ni Alberto Recarte, quien se mantiene por la simple razón de que para allegar fondos para la mediática aventura equinoccial de Losantos hizo numerosas gestiones con personas de su confianza y ahora siente sensato pudor en dejarlas en la estacada. Lo llamativo de Losantos es que, en patente contradicción, pretenda compaginar su sectarismo con un pretendido liberalismo, en el que es clamorosa la falta de lecturas digeridas.
No deja de ser curioso que quien ha hecho del linchamiento ora un arte, casi siempre una caricatura, ora un esperpento, intente presentarse como la víctima de uno de ellos. Entiendo que la COPE dejó de contar con él por descensos de audiencia y por su tendencia histriónica y compulsiva a practicar el linchamiento, que llegó incluso hasta hacer una campaña contra el Nuncio, tildándolo de masón. Siendo la COPE de propiedad episcopal, ese tipo de desvaríos hacen evidente que Losantos se labró su propia desgracia y, en su caso, no hay otro linchamiento que el que él mismo se provocó, en confusión mental, pretendiéndose mezcla de propietario de facto –montando, por cierto, empresa alternativa- y - él tan abortista y laicista, tan pagano- pretendiendo poner a su dictado a la Conferencia Episcopal, cuyos responsables demostraron con Losantos mucha más paciencia que el santo Job.
El hundimiento de Losantos es un caso de libro de abuso de poder, de corrupción moral por megalomanía y de relativismo adobado con tanta audacia como ignorancia. No voy a entrar en esas teorías conspiracionales de bajos vuelos, a las que tan aficionado es por instinto, ni en esas insinuaciones personales de baja estofa propias de pigmeos del espíritu, ni en sus exhibiciones de poder oscuro respecto a vetos zoológicos, que degradarían a quien los hubiera aceptado, de ser ciertos, que el personaje miente más que habla. Todo esto es habitual en los totalitarios y en los sectarios. No tengo nada personal contra Losantos. Nada de nada. Mi salida de Libertadigital no tiene ni sombras, ni misterio alguno. Nunca he pertenecido a la menguante secta losantiana y, por ende, nunca la he abandonado. El único misterio en ese terreno es la expulsión, a manos de Losantos, pero transmitida por Recarte, de su compañero de pupitre, de su amigo del alma de los tiempos universitarios, el eficaz Javier Rubio, quien, me consta, anda muy dolido y sigue esperando que Losantos tenga la gallardía de darle alguna explicación a lo que tuvo todas las trazas de una estricta e inmisericorde depuración. Javier Rubio es el único que ha hecho algo digno con Libertaddigital, porque esradio es un desastre y la televisión –a la que Rubio se opuso, con razón-del grupito se dedica a la teletienda y el tarot.
He tenido una relación episódica y circunstancial con Losantos, que siempre me pareció un maricomplejines con ínfulas, un rebotado con tendencias histéricas, con algunos desenfoques clamorosos tal que situar a Manuel Azaña como la referencia del liberalismo hispano. Me enternece su sincera preocupación por las ventas de mis libros, que funcionan cada vez mejor, como el último “Para salvar a España” (Editorial Rambla). Yo escribo para salvar a España, para ayudar a mis compatriotas a salir de esta crisis de modelo, el tal Losantos, con cinco millones de parados y tanto sufrimiento en la sociedad, escribe sobre sí mismo, sobre su ombligo, sus cotilleos, sus ponzoñosos ajustes de cuentas y su añoranza de contratos millonarios. Yo defiendo a las clases medias indefensas de la expoliación de un sistema de casta depredador –que he venido denunciando sin desmayo desde 1996- Losantos, por el contrario, ha pretendido situarse en el sistema, si bien dando la tabarra, y no ha hecho otra cosa que dividir, sin buscar nunca un ideal común, ni soluciones, sino manipulando, a favor de sus intereses, a incautos y buenas gentes con poco espíritu crítico. Losantos ha fracasado. El libro en el que utiliza mi prestigio para ver si vende es su epitafio. Carece de sentido que pretenda hacer transferencias de responsabilidad. Pudo hacer mucho bien y se descarrió por falta de conocimiento. Lució a espasmos, como una bengala, y se ha pagado. Sólo le quedan rescoldos de resentimiento y amargura.
Valoré su crítica al nacionalismo, que comparto, aunque, ni en esa ni en otra materia, he tenido proceso alguno de conversión, ni ha sido, en lo más mínimo, mi maestro. Yo acabo de venir de Barcelona, de defender España, él dice que está cansado de los catalanes y está dispuesto a ceder en la unidad nacional: que se vayan.
Salí al quite, por ética y patriotismo, cuando se empeñó en que se pusiera en libertad a patentes asesinos de la terrible masacre de Atocha, del 11 de marzo de 2004, como Jamal Zougham, y cuando sin fundamento alguno –han pasado siete años y sigue instalado en el desquicie y la chusca mentira- reiteró, con paranoia aguda, la acusación general de asesinos genocidas a los miembros del Cuerpo Nacional de Policía, ninguneando y vilipendiando la memoria del ejemplar español y heroico geo, Francisco Javier Torronteras.
No todo vale. Losantos tiene reiteradamente escrito y publicado que las tácticas comunistas, que él aprendió en su militancia juvenil totalitaria –osciló entre el estalinismo y el maoísmo-, son apropiadas para la defensa de la causa de la libertad. Eso es una patraña. Un delirio. Hay que ser tan pulcros en los fines como en los medios. No es posible sentar cátedra de liberal con métodos estalinistas.
Losantos no se ha desprendido de su totalitarismo originario, camuflado tras una capa de pintura liberal llena de desconchones. Se hace mayor y no aprende. Anida en él un alma reprimida de chequista o de guardia rojo y, en sentido estricto, no ha hecho nunca periodismo –implica buscar la verdad- sino propaganda de tono bastante mediocre e insufrible. Que yo presentara un libro sobre el 11-M con José Manuel Sánchez Fornet, secretario general del Sindicato Unificado de Policía, y con José Ángel Fuentes Gago, presidente del Sindicato Profesional de Policía, no justifica, ni por asomo, ni en un delirio goebbeliano, el imaginativo título de “La extraña alianza entre Intereconomía y el PSOE”. ¡Majadera falta de rigor!
Es obvio que soy responsable de mis opiniones, porque Intereconomía no es sectaria, no es una secta como la losantiana. Y el SUP no es el PSOE, salvo en ese etiquetado basura con el que Losantos degrada a los pocos seguidores que aún le soportan, ofendiéndose a sí mismos. Y, más aún, el Sindicato Profesional de Policía no tiene en su historial mácula, ni la más mínima veleidad socialista, sino que ha sido el azote –sindical y judicial- de las numerosas arbitrariedades de Rubalcaba, el presunto chivato de ETA en el caso Faisán (reclamo en “Para salvar a España” que se aclare y se depure ese delito “caiga quien caiga”). Por cierto, que los injustamente zaheridos Rodolfo Ruiz y Sánchez Manzano son afiliados del SPP. Situarme a mí en alianza con el PSOE es de aurora boreal y no se lo cree ni César Vidal. Extraña alianza, desde luego, cuando, con la Plataforma de las Clases Medias, conduje a miles de españoles hasta las verjas de La Moncloa, el 7 de noviembre de 2009, para pedir la dimisión de Zapatero, o cuando puse un chorizo en la sede central de la UGT o cuando he sido detenido ilegalmente en la calle Ferraz ante la sede socialista.
Losantos no es que no permita que la realidad le estropee un buen reportaje –porque nunca ha hecho nada que se le parezca- sino que la transforma a conveniencia, de modo que cualquier parecido con ella sea pura coincidencia, y se queda más ancho que largo. Durante tiempo pensé que aquel desvarío de la conspiranoia, sin pies ni cabeza, con que el confundió a una derecha sociológica noqueada, era el mero seguidismo de su alianza mercantilista con Pedro J, para poner a la derecha política de hinojos a su servicio comercial –fue Losantos en el que en un chat se retrató en sus laxos criterios morales definiendo el primer ‘agujero negro’ de El Mundo como “una buena forma de vender periódicos”- pero luego se puso a hacer méritos y a defender a los integristas islámicos con la pasión de un ulema de las ondas, convirtiendo a la COPE en un minarete, dando pábulo a los patéticos y tortuosos jeroglíficos de un atorrante ingeniero con desmedido afán de protagonismo.
La masacre de Atocha fue el terrible zarpazo del islamismo, peligro permanente y aún creciente, aunque Losantos sea incapaz de ver más allá de sus narices y de su enorme ombligo y de escuchar nada distinto a su voz histriónica. Sus delirios favorecieron a Zapatero –tan amigo de Pedro J- en su reelección, esterilizaron, con su cencerrada, a la oposición en la primera legislatura zapateril, generaron una estulta mitología sobre Rubalcaba, a medio caballo –a tenor de Losantos- entre émulo de Maquiavelo y clon de Fouché, que se ha demostrado meridianamente falsa como perfil del derrotado y mediocre personaje. Además, pretendiendo poner a la derecha política en primer tiempo de saludo ha calcinado a una parte muy decente que ahora sería muy necesaria y sirviendo, como torpe lacayo, a Esperanza Aguirre, ha apoyado a un partido competidor, que lucha contra los nacionalismos desde la circunscripción de Madrid.
Quienes han seguido a Losantos en sus alucinados inventos sobre la conspiranoia en torno al 11-M han cosechado el mismo aislamiento y parejo ridículo que su despistado y bocazas guía. Losantos, ese personaje menor y desfallecido, escribiendo un libro titulado “el linchamiento” tiene el mismo crédito e idéntica autoridad moral que el coronel Lynch.
Enrique de Diego
2 comentarios:
la algarrobada, "o papón"......
¿qué estalló en los trenes?
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