sábado, 5 de noviembre de 2011

Gallardón se topa de bruces con obstáculos en su salto al estrellato

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La opinión es compartida. Incluso entre algunos de sus allegados. Alberto Ruiz-Gallardón ha ganado su penúltima batalla - la de un salto a la política nacional que hasta Esperanza Aguirre daba por descontado con meses de antelación – pero la guerra persiste. El propio alcalde de Madrid contiene la alegría porque, aunque aparezca hoy más marianista que ayer, aún quedan por solucionar cabos sueltos.
Ruiz-Gallardón se sabe a merced de Mariano Rajoy y sólo a él corresponderá dictar sentencia tras el 20-N. El presidente del PP ha cumplido con una Legislatura de retraso los deseos del regidor de ir en su candidatura y hacerlo además en un puesto de salida, el número cuatro. Nada que ver con convertirlo en ministro del Gobierno de la nación. Eso no toca. El propio interesado corta de raíz cualquier especulación sobre su futuro. "Rajoy me ha convocado para ser candidato al Congreso, absolutamente para ninguna otra cosa", asevera cual disco rayado.
Sí, oído cocina, Alberto Ruiz-Gallardón será diputado, un puesto compatible con el de alcalde. A partir de ahí, no todo el camino está expedito, puesto que no faltan en el entorno del propio Mariano Rajoy quienes abogan por ser prácticos, mantener a Ruiz-Gallardón y su ambición lo más lejos posible, al frente de la Villa y Corte. Parecería lo lógico. Los madrileños le votaron hace apenas medio año para el negociado que maneja, pero sobre todo en Génova tienen en cuenta que Madrid tiene abiertas todas las puertas, accesibles todas las opciones, para los Juegos de 2020. El sueño olímpico, desde luego, entra entre las prioridades del mismo líder de los populares.
Todo lo cual sirve a su vez para explicar en el cuartel general del Partido Popular los reparos a presenciar a Ana Botella instalando sus enseres como alcaldesa. El perfil de la esposa de José María Aznar es contemplado en la grey pepera como una representante de ciertas posturas polémicas que se despachan en el aquí y ahora de la política nacional. Por tanto, echan sus cuentas y les aparece como un flanco factible de desgaste. "Es obvio deducir que Mariano no debería jugarse una plaza como Madrid por colocar a Alberto en su Gobierno", advierten.
"Para ese viaje no hacían falta alforjas", remachan. ¿Pasará Rajoy por ese trance? De momento, y decidido a no dar ni un milímetro de cuerda a pábulos, sólo le atribuyen en privado una frase cargada de sentido de humor: "Yo voy a votar a Alberto el 20 de noviembre". Eso es todo.

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