Reproducimos a continuación el prólogo de Enrique de Diego al espléndido libro del profesor Guillermo Rocafort, ‘SICAV, paraíso fiscal’ (Editorial Rambla), llamado a abrir el improrrogable debate sobre la fiscalidad:
Guillermo Rocafort ha roto el tabú y ha abierto el debate de hondo calado sobre la fiscalidad, sobre la extraña e injusta dialéctica de privilegio y confiscación. El tabú ha sido durante años impenetrable. Aún recuerdo el primer día en que Guillermo Rocafort, brillante abogado y prestigioso profesor y escritor, habló de las SICAV en mi programa de radio ‘A Fondo’. Materia que era para mí, y para la audiencia, completa novedad. Al terminar el programa, ardieron los teléfonos, como si hubiéramos entrado en un panal de abejas y hubiéramos incomodado directamente a la reina. El hecho es que las mayores fortunas, sólo tributan el 1% a través de ese instrumento privilegiado que son las SICAV. Cierto que, en caso de venta de acciones, tributarían entre el 19 y el 21%, pero Rocafort explica a lo largo de este clarificador y espléndido libro –resumen divulgativo de su tesis doctoral, de máxima nota- los mecanismos ofrecidos por el legislador para sortear esa tributación. El hecho: los muy ricos sólo contribuyen con el 1% al mantenimiento del Estado. Tienen un paraíso fiscal legal en el que incluso tiene prohibido husmear la todopoderosa Agencia Tributaria, tan celosa respecto al resto de ciudadanos. Téngase en cuenta simplemente que las sociedades anónimas han de tributar el 30% con el Impuesto de Sociedades para escandalizarse respecto a la doble vara de medir que permite la continua recapitalización de unos pocos y conlleva el empobrecimiento del común.
Esta notoria injusticia, ofensiva para el sentido universal de lo que es justo, se acompaña de una abrumadora hipocresía. De algunos de los privilegiados que se presentan ante la opinión pública rodeados de un halo de conciencia social progresista. Es el caso de Pedro Almodóvar, firmante de documentos execrando el fraude y solicitando mayores dosis de progresividad fiscal. Y el aún mucho más indignante de la socialista Mercedes Cabrera, caso extremo y paradigmático de doble moral, quien llegó a ostentar el cargo de ministra de Educación, estricta defensora retórica de la enseñanza estatal a la que, sin embargo, no contribuía a sostener. Esa hipocresía afecta a todo el sistema, a esa casta parasistaria expoliadora de las clases medias, que está llevando a la ruina a las buenas gentes indefensas, y que cuando hablan de la fiscalidad de los ricos, amenazando con populistas incrementos de la presión, exceptúan y se olvidan de las SICAV, que es donde tienen su cómoda y confortable refugio los ricos reales, los de verdad. Es evidente que la casta parasitaria, en su facción política, ha situado como ricos a quienes no lo son, a las clases medias, a los pequeños y medianos empresarios, a los autónomos, a los trabajadores, a las antes amplias y ahora depauperadas y proletarizadas clases medias, que han sido llevadas a los comedores sociales de Cáritas, donde los nuevos indigentes son conocidos por el apelativo de “pelo limpio”.
Guillermo Rocafort ha roto el tabú y ha abierto el debate de hondo calado sobre la fiscalidad, sobre la extraña e injusta dialéctica de privilegio y confiscación. El tabú ha sido durante años impenetrable. Aún recuerdo el primer día en que Guillermo Rocafort, brillante abogado y prestigioso profesor y escritor, habló de las SICAV en mi programa de radio ‘A Fondo’. Materia que era para mí, y para la audiencia, completa novedad. Al terminar el programa, ardieron los teléfonos, como si hubiéramos entrado en un panal de abejas y hubiéramos incomodado directamente a la reina. El hecho es que las mayores fortunas, sólo tributan el 1% a través de ese instrumento privilegiado que son las SICAV. Cierto que, en caso de venta de acciones, tributarían entre el 19 y el 21%, pero Rocafort explica a lo largo de este clarificador y espléndido libro –resumen divulgativo de su tesis doctoral, de máxima nota- los mecanismos ofrecidos por el legislador para sortear esa tributación. El hecho: los muy ricos sólo contribuyen con el 1% al mantenimiento del Estado. Tienen un paraíso fiscal legal en el que incluso tiene prohibido husmear la todopoderosa Agencia Tributaria, tan celosa respecto al resto de ciudadanos. Téngase en cuenta simplemente que las sociedades anónimas han de tributar el 30% con el Impuesto de Sociedades para escandalizarse respecto a la doble vara de medir que permite la continua recapitalización de unos pocos y conlleva el empobrecimiento del común.
Esta notoria injusticia, ofensiva para el sentido universal de lo que es justo, se acompaña de una abrumadora hipocresía. De algunos de los privilegiados que se presentan ante la opinión pública rodeados de un halo de conciencia social progresista. Es el caso de Pedro Almodóvar, firmante de documentos execrando el fraude y solicitando mayores dosis de progresividad fiscal. Y el aún mucho más indignante de la socialista Mercedes Cabrera, caso extremo y paradigmático de doble moral, quien llegó a ostentar el cargo de ministra de Educación, estricta defensora retórica de la enseñanza estatal a la que, sin embargo, no contribuía a sostener. Esa hipocresía afecta a todo el sistema, a esa casta parasistaria expoliadora de las clases medias, que está llevando a la ruina a las buenas gentes indefensas, y que cuando hablan de la fiscalidad de los ricos, amenazando con populistas incrementos de la presión, exceptúan y se olvidan de las SICAV, que es donde tienen su cómoda y confortable refugio los ricos reales, los de verdad. Es evidente que la casta parasitaria, en su facción política, ha situado como ricos a quienes no lo son, a las clases medias, a los pequeños y medianos empresarios, a los autónomos, a los trabajadores, a las antes amplias y ahora depauperadas y proletarizadas clases medias, que han sido llevadas a los comedores sociales de Cáritas, donde los nuevos indigentes son conocidos por el apelativo de “pelo limpio”.
Enrique de Diego
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