Reproducimos un extracto del libro "Para salvar a España" Ed.Rambla, de Enrique de Diego.
" Pero la desaparición de las siglas PSOE no es suficiente. Desde luego, hay que cortar los suministros a sus tupidas redes clientelares, a todas esas sopas de siglas, a esos chiringuitos, a esa gravosa picaresca que ha hecho negocio y se ha instalado parasitariamente en el Presupuesto con cualquier coartada, con la memoria histórica, al alianza de civilizaciones, el feminismo, el ecologismo, el pacifismo, la inmigración, las energías renovables, la cultura, el cine."
" Pero la desaparición de las siglas PSOE no es suficiente. Desde luego, hay que cortar los suministros a sus tupidas redes clientelares, a todas esas sopas de siglas, a esos chiringuitos, a esa gravosa picaresca que ha hecho negocio y se ha instalado parasitariamente en el Presupuesto con cualquier coartada, con la memoria histórica, al alianza de civilizaciones, el feminismo, el ecologismo, el pacifismo, la inmigración, las energías renovables, la cultura, el cine."
" Adelanto una reflexión que trataré más adelante: no es que en época de vacas gordas nos lo pudiéramos permitir y en la de vacas flacas, no; como suelen decir los que sesteando en su obligación de denuncia se apuntan, deprisa y corriendo, al carro del que otros hemos tirado en solitario, con no pocas incomprensiones. No, más bien estamos en época de vacas flacas porque no nos lo pudimos permitir nunca. No es que ahora sea preciso tomar medidas drásticas, por falta de liquidez y excesivo endeudamiento, es que estos son la consecuencia del saqueo anterior.
Pero hemos de ir más allá. Hemos de erradicar la ponzoña intelectual socialista, sus detritus de nefasta ideología de odio. Toca ello, en no poca medida, a la famélica sociedad civil española, pero también tiene usted mucho que hacer en la materia. El Estado no tiene, en ningún caso, como misión o una de sus funciones redistribuir la riqueza. En primer lugar, porque no puede. Carece de la información, siempre fragmentada, dispersa y dinámica, para tomar medidas en ese sentido. Cualesquiera serían contraproducentes. Pasarían por la generación de gravosos e ineficaces organismo burocráticos que no harían más que redistribuir la miseria. Tampoco es cierto que los socialistas siempre hayan tendido a igualar en la miseria, porque a ellos siempre les ha ido muy bien, generando castas y nomenklaturas, haciendo bueno el dicho de que el parte y reparte se lleva la mejor parte. Decía Holderlin que “lo que ha hecho siempre del Estado un infierno sobre la tierra es precisamente que el hombre ha intentado hacer de él su paraíso”.
Esa patraña de la redistribución de la riqueza es la patente de corso que se buscan los vagos y perezosos para entrar en las haciendas ajenas. Bajo un principio tan nefasto el Gobierno se convierte en el pillaje organizado, que hace un uso alternativo del Derecho para expoliar a los demás. Pretender redistribuir la riqueza es propio de una mentalidad de ladrones. Nada mata más el estímulo y aniquila más a las sociedades que esa ancestral pretensión socialita de vivir del cuento, del esfuerzo y la riqueza generada por los demás.
El que se esfuerza en su trabajo tiene derecho a la correspondiente recompensa y a que ésta sea mayor que la recibida por quien es incapaz de asumir su responsabilidad o de formarse para desarrollarlo con pericia. Y, en ningún caso, debe ser desalentado en su esfuerzo ni en su espíritu de iniciativa. El Estado no debe interferir, ni poner obstáculos, con lesivas y confiscatorias presiones fiscales. Las gentes se afanan para legar a sus vástagos el mayor caudal de propiedades y rentas posible. Es un acicate para generar riqueza y el Estado no debe poner cortapisas, ni grabar en lo más mínimo las herencias. Aparentes principios morales como que el que más tiene más ha de pagar, han de ser denunciados como lo que son: pozos de envidia y de resentimiento. Es preciso acabar con la progresividad fiscal.
Ni tan siquiera el Estado ha de generar riqueza. No corresponde a ninguna de sus funciones, pero tampoco entra en sus posibilidades, ni por asomo. Decía Baruch Spinoza que la pretensión de imponer la virtud sólo consigue extender el vicio. Los socialistas, que se han pasado la vida hablando de redistribuir la riqueza y que casi con tanta frecuencia se han enriquecido mediante la corrupción, no han generado más que pobreza. El Estado no es un ente abstracto, sino que está formado por gente concreta que busca su interés personal, incrementando sus sueldos y el número de otras personas que dependen de ella, en su pretensión de generar riqueza, y empleo, ha distorsionado por completo la función pública disparando el número de funcionarios, por el fácil expediente de colocar a sus correligionarios, familiares y amigos.
El Estado, es preciso insistir en lo obvio, no ha de generar riqueza. Simplemente, ha de permitir que se genere. Basta y sobra con que no sea un obstáculo para ello. Pocos políticos, bajos impuestos y seguridad jurídica, derechos tutelados por tribunales independientes es la única fórmula válida y cierta para crear empleo en una sociedad de oportunidades, con movilidad social. Es, sobre todo, la única fórmula –y hoy en día esto es decisivo- capaz de asegurar los actuales niveles de población, porque la distancia entre la opulencia y el hambre viene señalada por finas líneas que han sido desbordadas.
No se trata, porque es un imposible metafísico y terminaría por culminar el desastre, moverse por las sendas, ni de lejos, de un socialismo de derechas que pretendiera gestionar mejor que el socialismo de izquierdas. El socialismo, con su destructora envidia igualitaria, es un mal que ha de ser erradicado de manera definitiva."
No hay comentarios:
Publicar un comentario