viernes, 16 de diciembre de 2011

Por Amor a España, Nuestra Patria




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Por amor a España y para salvarla, hoy es sencial que tengáis este extracto de
"Para salvar a España". de Enrique de Diego. Ed. Rambla. El mejor regalo para estas fiestas, sin duda.

Somos millones los españoles que amamos a España. Somos millones los patriotas a los que desde ese patriotismo alentamos sentimientos de fraternidad hacia el resto de compatriotas. Usted es un patriota. Usted ha aprendido ese patriotismo de su padre, como yo lo aprendí del mío. “Creo profundamente en mi país”, ha dejado escrito en su autobiografía, así como “la persona que más me ha influído ha sido mi padre”, ese buen padre, ese buen patriota, que en el decir de su buen amigo José Manuel García Margallo, no le permitirá que se arrié ninguna bandera de España. Amor a nuestra Patria, a nuestra historia común. “Necesitamos que se insista de nuevo sobre la historia común, sobre los grandes hechos que han conformado a España como país y a Europa como civilización”. Hemos sido una gran nación, Nuestros antepasados protagonizaron grandes gestas, cambiaron los mapas del mundo, descubrieron y civilizaron un continente; brillaron en las armas y en las letras. España es la nación más antigua del mundo. España es una Nación. Eso no es discutido ni discutible. Se ha hecho tantas veces, con tanta irresponsable frivolidad, en los últimos tiempos, que me siento impelido a reiterarlo.
Los patriotas amamos a España porque es un ámbito de libertad. Fuera de España, de la idea de España, de la realidad de España, reinan las tinieblas de la esclavitud, anidan los lóbregos y sombríos abismos del totalitarismo. Los patriotas españoles estamos llenos de sentimientos nobles que son de continuo vejados y ofendidos. Se ofende a los signos que los representan. La bandera nacional, la bandera de todos, la bandera de España no es, con frecuencia, respetada. Se la retira o se la oculta en instituciones del territorio nacional. Se la insulta en manifestaciones. Se producen votaciones en las que se acuerda no exhibirla. Apátridas toman plazas de España y las declaran zonas liberadas “sin banderas”. Cualquier manifestación natural de patriotismo, como es propio en los pueblos sanos y fuertes, es ridiculizada o trata de ser cercenada mediante la descalificación, el insulto y, en ocasiones, con la agresión física. A las nuevas generaciones, en las escuelas, se les silencian los héroes del pasado, se pretende que interioricen el ser españoles como un conflicto vergonzante y, en zonas de nuestro territorio, lisa y llanamente, se enseña a odiar a España y a cuanto se relacione con lo español. Decía  Alexis deTocqueville que “habría amado la libertad, creo yo, en cualquier época, pero en los tiempos en que vivimos me siento inclinado a adorarla”. Habría amado a España en cualquier época, pero en ésta la adoro cada vez con más fervor, porque hoy, aquí y ahora, España y libertad son una misma cosa, son sinónimos. El odio a España se acompaña del mismo degradante sentimiento hacia la libertad personal. Por eso el amor a España es un sentimiento racional y razonable, es el patriotismo de la libertad, el compromiso con España como sociedad abierta.
Usted es un patriota. Lo es su padre. Ejerza. No permita que se hurte el orgullo y la dignidad de ser españoles a nuestros jóvenes. No consienta que se ofenda a nuestra hermosa bandera, símbolo de nuestra unidad y nuestra condición de hombres libres, ciudadanos de una nación soberana. La bandera de España ha de ondear con respeto en todas y cada una de las instituciones de España y sobre quienes no acaten tan lógica y sencilla condición ha de caer el peso de la Ley. Las corporaciones que adopten cualquier decisión contra la bandera han de ser disueltas y puestos a disposición judicial quienes perpetren tan nefandos desafueros. Hay que establecer, hay que imponer el respeto máximo a los símbolos de España. Los representantes de España han de mostrar el mayor respeto hacia la Patria común. El patriotismo ha de ser favorecido; ha de tomar carta de naturalidad, ser una posesión pacífica, que llene de autoestima a nuestros jóvenes.
Han de ser proscritos y retirados los manuales donde se cuestione la unidad nacional o se ofenda a la Patria, presentándola como opresora o como algo extraño o invasor a alguna de las partes de España. Han de ser cerradas aquellas escuelas en las que se envenene el espíritu de nuestros jóvenes con el odio a España y difundiendo sentimientos de animadversión hacia el resto de españoles. Cerradas, sí. Para eso está la alta inspección del Estado. No pueden ser reconocidos delirantes y quiméricos derechos a la secesión o a la autodeterminación, pertenecientes a las tinieblas totalitarias. España es la luz de la libertad, los nacionalismos antiespañoles son la oscuridad del servilismo; la dignidad de la persona frente al gregarismo de la tribu.
Mire, señor Rajoy, cuando empezaba el ejercicio de mi profesión periodística, siendo jefe de la sección de Política de ABC, los tres corresponsales de Vascongadas firmaban con pseudónimo. Entendí que debía pasar mis vacaciones cerca de ellos, acompañarles en ese tiempo en su difícil realidad. Recorrí muchos rincones de esas bellísimas y entrañables tierras, cuna de España, infectadas, desde hace un siglo, de odio por espíritus mezquinos y mostrencos, sin base histórica alguna, acicateados por sus esterilizantes complejos personales. La inmediata y terrible conclusión es que España había desaparecido de partes del territorio, es que España había abandonado zonas enteras donde el vacío había sido ocupado por el terror. Quienes perpetraron esa dejación suicida a comienzos de la transición han contraído graves responsabilidades con la historia. Mantuve conversaciones dolorosas por las realidades hirientes que desvelaban: el terrorismo había asesinado a los patriotas españoles o los habían obligado a exiliarse. Habían perpetrado una terrible limpieza totalitaria. Cuando hace unos años, ETA asesinó a un empresario en Azpeitia, los medios de comunicación y toda España se escandalizaron de que ese mismo día, sus compañeros de partida de cartas siguieran con la rutina. ¡Soberana hipocresía! No haberlo hecho hubiera sido ponerse una diana, como lo es votar a cualquier partido no separatista –ni tan siquiera hay cabinas en los colegios electorales- o hacer campaña por él o exhibir la bandera nacional o mostar el más mínimo sentimiento de respeto o veneración hacia España. Porque España ha desaparecido de esas zonas y debe volver. Es un imperativo categórico del patriotismo que España vuelva a esas zonas del territorio nacional. Porque allí no hay ni Guardia Civil, ni Policía Nacional, ni Fuerzas Armadas. Han sido siendo retiradas a hurtadillas como si salieran de una nación extranjera. Una nación implica una sola Policía. Y basta ya de esas estruendosas mentiras de que el Gobierno autonómico es el Estado, porque, no pocas veces, ha sido y es el anti-Estado, la anti-España. España en nuestros corazones y en nuestras mentes; España en nuestros sentimientos y en nuestra razón. España ese nombre que nos hace vibrar y nos emociona. Y por la que ante nuestra sagrada bandera juramos derramar hasta la última gota de nuestra sangre. España, nuestra querida Patria.

Enrique de Diego

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