He empezado a leer Carta a Rajoy. Para salvar a España, del insigne periodista Enrique de Diego. Ya llevo unas decenas de páginas devoradas febrilmente y la conclusión es sencilla, lógica y además de catón, al Partido Popular no se le ha dado un cheque en blanco por parte de los votantes, en absoluto. A Mariano Rajoy se le ha puesto en La Moncloa (bueno, aún no gracias a esta legislación tan decimonónica y arcaica que tenemos) para que gobierne con mentalidad de gestor, como si esta nuestra España fuese una empresa en quiebra y precise aplicar esas fórmulas magistrales para empezar a salir delante de una vez por todas. Lo que no podemos estar es perdiendo el tiempo con lamentos a lo Calimero. Ya sabemos que las cosas están mal, pero no podemos pararnos ni sumirnos en la melancolía.
Lo que propone Enrique de Diego en Carta a Rajoy no es nada complicado, sino bastante sencillo, basta únicamente con echarle valentía al asunto, es decir, coger la podadora allí donde corresponde y hasta el kit de tapiar puertas en aquellas empresas públicas y organismos asociados que sean inútiles al cien por cien. Como bien se expone en la obra, privatizar empresas públicas ya no tiene razón de ser, primero porque las principales ya se vendieron en la etapa de Aznar precisamente para tapar el boquete de la etapa de Felipe González y, segundo porque en realidad lo poco que queda del sector público está más endeudado que un ministro griego.
Aquí, insisto, lo que tenemos es que acabar con una serie de prebendas, con los fastos que se realizan a nivel autonómico, local y estatal. No se puede vender el discurso de la congelación de las pensiones o del recorte del 5% a las nóminas de los funcionarios y gastarlo luego en cestas de Navidad, en televisiones autonómicas o en ‘Carods’ dispendios vía embajadas para Mas y mayor gloria de un nacionalismo que en esos aspectos del derroche se camufla perfectamente en el paisaje con el socialismo más manirroto.
Estoy de acuerdo, vendamos el patrimonio, lujosísimo en ocasiones, de partidos y sindicatos, no es de recibo que las formaciones políticas disfruten de inmuebles en las mejores zonas de las grandes ciudades o que los sindicatos acumulen un patrimonio inmobiliario que haría las delicias de cualquiera. La excusa de esas faraónicas sedes (y no me refiero al Ayuntamiento de Madrid, que cada vez está más cerca de parecerse al Egipto de Cleopatra y Ramses II) es que cada vez hay más gente en la organización. Pues nada, menos gente, mejores ideas y a pensar en cómo salir de la crisis.
Muchos miramos a Rajoy expectantes y seremos los primeros que alabaremos su arrojo si se atreve a guillotinar los excesos y los despilfarros como también censuraremos que no tenga luego el coraje de hacer todos los ajustes que nos son necesario. España no puede permitirse una alegría más, aunque hasta el 21 de diciembre parece que el inquilino socialista de la Moncloa quiere disparar toda la munición de la que dispone, que cada vez es menor, pero tiene todos los visos de que ZP y su cohorte no quieren dejar ni el chocolate del loro.
Juan Antonio Alonso Velarde
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